Misión Coronavirus. ¿Qué lecciones nos va a dejar esta experiencia?

Llevo más de una semana sin pisar la calle. Y sin embargo en una semana he visto más cosas que en muchos de mis viajes. He visto amigas mías sin maquillaje por Facetime (y juro que no las había visto sin maquillar desde que íbamos a Segundo de BUP). He visto a dos policías echando una bronca olímpica a una runner y un Comité de la Inquisición Española gritando desde sus ventanas para que quemaran a la bruja allí mismo. He visto la cara más fea de gente que parecía mucho más guapa en otras condiciones de presión. Y he visto, tan claras como el agua, todas las cosas valiosas de las que no disfruto lo suficiente: leer novela negra escandinava tapada debajo de las mantas, jugar a las damas con mi hijo, enseñarle Skype a mi madre para que vea a sus nietos cada día, acariciarle las orejas al gato mientras le veo dormir, pintarle las uñas a mi hija pequeña, constatar que las misiones son la solución a problemas como este…»ya está la Mari-Misiones hablando de su libro» –pensaréis–. Pues tenéis toda la razón.

Mientras escribo esto, los datos de impacto del Coronavirus no paran de crecer: más de 316.000 contagiados, 176 países afectados, más de 13.000 personas fallecidas y billones de euros en pérdidas económicas. Aunque estemos frente a una crisis sanitaria, el impacto sobre la actividad económica es brutal, tanto sobre el sector servicios como sobre la industria. Las medidas a tomar tienen que venir desde las políticas sociales, fiscales, económicas, sanitarias e industriales. El escenario es tan complejo, que es absurdo pensar en una solución única que venga de un único ámbito de conocimiento o, incluso, de un solo país.

La tecnología como parte de la respuesta.

La tecnología no es la única respuesta. Pero estoy convencida de que tiene un papel fundamental en la búsqueda de soluciones. A día de hoy tenemos montones de ejemplos que lo demuestran, como el uso de tecnología para el desarrollo de nuevos modelos de producción. ¿Habéis oído hablar de los «makers«? Pues ahora están por todas partes. Soluciones de bajo coste creadas en multitud de localizaciones con tecnología accesible para todos. Viseras, mascarillas, respiradores…dando una solución complementaria para cubrir fallos en la cadena de distribución, reducir costes y/o hacer más accesible soluciones que están encontrando barreras para llegar a los usuarios.

La tecnología también está muy presente en la rápida recuperación de algunos países asiáticos como Corea del Sur: aplicaciones de vigilancia y control de la enfermedad que envían información desde los móviles de la ciudadanía, aplicaciones para compartir información, desarrollo de estaciones de testeo rápido donde se puede realizar la prueba sin contacto con otras personas, en pocos minutos, y con resultados en 48 horas. Incluso en esto hay empresas privadas, como Seegene, que desarrollan soluciones basadas en inteligencia artificial para reducir cada vez más el tiempo entre prueba y resultado. Probablemente, una vez pasada la emergencia, tendremos que pararnos a pensar en un modelo legal que permita usar todos los datos así obtenidos en beneficio de la sociedad, a la vez que se respetan los derechos individuales y la privacidad de las personas.

Misión Coronavirus

Algunas de las mejores respuestas ante la crisis están viniendo de enfoques fundamentados en la direccionalidad, que buscan soluciones concretas a problemas concretos y, para ello, cuentan con todos los recursos materiales y humanos necesarios. Este enfoque orientado a resultados (mission oriented), ha dado lugar también a numerosos casos de éxito donde se deja de lado el output y todos los esfuerzos se centran en obtener resultados e impacto. O dicho de otra forma; que lo que importa es que la gente deje de morirse, y no cuantas publicaciones científicas estamos haciendo sobre el tema. Por ejemplo, hace dos días, la Comisión liberó licencias sobre varios suministros médicos para facilitar su producción en masa y que lleguen a más personas en el menor tiempo posible.

La verdad es que prácticamente ninguna de las soluciones que se han obtenido –ni que se esperan obtener– provienen de un único campo ni de un único agente. Todas son soluciones que, para ser efectivas, requieren de la colaboración de múltiples cadenas de valor de diferentes sectores, y de diferentes agentes a múltiples niveles. La direccionalidad centrada en la búsqueda de soluciones concretas pasa por tener una visión holística del problema y por combinar la tecnología con la innovación no tecnológica. Uno de los principales rasgos de las misiones.

Las soluciones no son solo tecnológicas, pero la tecnología y el conocimiento son la llave para solucionar el problema al que nos estamos enfrentando. Mientras que la tasa de mortalidad sobre el número de casos diagnosticados en Estados Unidos, Alemania, Corea del Sur o Suiza está rondando el 1% (0.38 en Alemania), en países como Italia o España se dispara (9% en el primero, 6% en el segundo). Resulta interesante constatar que en el primer grupo la inversión en investigación y desarrollo sobre su nivel de PIB (GERD) es mucho más alta que en los países del segundo grupo.

Elaboración propia a partir de los datos obtenidos de Eurostat y del Coronavirus Resource Center de la Uniersidad Johns Hopkins

Es pronto para hablar de causalidad, pero seguro que no es casualidad que la mayor parte de las soluciones vengan de países que están mostrando mayores niveles de resiliencia frente a la crisis (como Corea del Sur, Alemania, China), y tampoco lo es que sean estos países los que han acumulado en los últimos años un mayor acervo de conocimiento y recursos gracias a sus inversiones en I+D. O, dicho de otra forma: ante las crisis globales solo pueden dar respuestas satisfactorias los países que han invertido en conocimiento.

Y asociado a este punto surge otro fundamental: aunque hablemos de cooperación global y de soluciones holísticas, es más importante que nunca la soberanía tecnológica y la localización geográfica de los centros de decisión. Estos días escuchamos noticias sobre los intentos de compra por parte de Estados Unidos de empresas estratégicas situadas en Alemania, o intervenciones del Gobierno de los EEUU en la producción de las empresas privadas como General Motors . Incluso suponiendo que el conocimiento sea un bien común, está claro que no son bienes comunes ni los recursos, ni el talento ni la capacidad de convertir el conocimiento en soluciones.

Todo esto nos lleva a una conclusión esperada, pero no por ello menos importante: los países mejor dotados de conocimiento y de tecnología no solo serán los países que encontrarán las soluciones, también serán quienes estén en mejor posición para valorizar esas soluciones e incrementar su potencial tecnológico, político y económico frente al resto. Cuando todo esto pase (y pasará), entenderemos la importancia de tener unos sistemas sanitario y educativo potentes e innovadores, entenderemos que caminando solos, ni iremos más rápido, ni llegaremos más lejos que trabajando juntos, y sobre todo, entenderemos por fin, que crear una buena relación entre la ciencia y la sociedad es la única manera de garantizar la supervivencia de ambas.

Cuídate mucho. Y #quedateencasa.

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